Para mejorar la respuesta emocional no hace falta enfermar de optimismo, basta con apostar por el equilibrio.
Todo eso de sea Usted optimista, positivo y vea el lado bueno de las cosas, es una invitación en toda regla a desconectar de la realidad, a olvidar que la vida no es un lecho de rosas y a perder la visión de conjunto de las cosas. Y Ustedes verán lo que hacen, pero a mí me resultaría muy inquietante perder el contacto con la realidad. En otras palabras, que si fallece un amigo mío (y disculpen la barbaridad) yo me lo tomaré mal. Y si por una de aquellas me muestro optimista, positivo y veo el lado bueno de semejante desgracia, espero que mi familia llame al médico y no me deje en la estacada.
-Estamos muy preocupados, Doctor. Desde que se ha muerto su amigo, a mi marido se le ha dibujado una sonrisa de felicidad y no se la quita de la cara.
-Pues, sí. No es para menos. A saber: igual ha hecho un brote de euforia y se ha liado con la viuda.
Y si un día cometo un error en el puesto de trabajo y mi supervisor me hace una observación, espero no perder el poco juicio que me queda y replicar:
-Jefe, sea Usted optimista, positivo y vea el lado bueno de las cosas.
-Disculpa, ¿tú vas fumado o te estás quedando conmigo?
Vamos, que toda esta serie de memeces no se sostienen ni por activa ni por pasiva. En esta vida hay situaciones objetivamente agradables, y situaciones objetivamente desagradables, y de razón será aprender a discernir entre las unas y las otras. En consecuencia, dejemos el optimismo a buen recaudo y retomemos la idea del equilibrio, porque ahí radica la clave del bienestar.
Y comencemos el análisis por un acontecimiento objetivamente desagradable como pueda ser el fallecimiento de un amigo mío; y vuelvan a disculpar lo amarillo del ejemplo, sobre todo mis amigos. Y se tratará de un acontecimiento desagradable porque yo habré perdido a un elemento al servicio de mi calidad de vida, y de lógica será que me resienta. Pero si encima de que las cosas vienen mal dadas, yo empiezo a manejar un repertorio de ideas un tanto melodramáticas tales como:
-Nunca volverá a ser como antes. Qué injusta es la vida. Por qué ocurren estas cosas…
Al magnificar el acontecimiento y hacerlo todo grande corro el riesgo de elevarlo a la categoría de insufrible y quedarme bloqueado emocionalmente.
Ahora bien, si manejo otra serie de ideas más realistas tales como:
-Ya nunca volverá a ser como antes, cierto, pero ningún día es igual al anterior. Hubiese podido caer yo, pero ha caído él. El vivo al bollo y el muerto al hoyo…
El acontecimiento me seguirá fastidiando, como es lógico, pero al no tomármelo por la tremenda lograré mantenerlo en la categoría de lo desagradable y no subirme a la parra.
Y cambiemos ahora de registro y analicemos un acontecimiento objetivamente agradable como pueda ser el hecho de que una chiquita conozca a un chiquito. Pero si frente a dicho acontecimiento ella empieza a manejar un repertorio de ideas un tanto peliculeras como:
-Es mi príncipe azul. Seremos felices y comeremos perdices…
Al magnificar el acontecimiento es probable que lo eleve a la categoría de maravilloso y genere una dependencia emocional; al margen, claro está, de que esté experimentando un torbellino de pasiones y se sienta la persona más afortunada del planeta.
Ahora bien, si maneja ideas más realistas, tales como:
-Es bueno iniciar una relación de pareja, tener proyectos en común y mantener complicidades…
La situación seguirá siendo agradable, aunque perderá la categoría de maravillosa.
Las personas realistas se bandean en el intervalo de lo agradable y lo desagradable. En ocasiones puntuales pueden interpretar la realidad de modo maravilloso o insufrible, y esto no genera el mayor inconveniente. Exagerar a veces es absolutamente previsible.
-¡Ha ganado mi equipo!
-Pues flipa en colorines si quieres, pero te recuerdo que no es tu equipo. Si fuese tu equipo cobrarías y encima entrarías al campo por la patilla. Pero no pasa nada, date una alegría que eso es gratis.
Concluyendo. Las personas realistas mantienen el equilibrio emocional al centrarse en el intervalo de lo agradable y de lo desagradable. Las personas idealistas, o que adolecen de realismo, se bandean en el intervalo de lo maravilloso y de lo insufrible, y eso es desequilibro emocional. De cine y de pena. La vida como una montaña rusa, y no activada por las circunstancias del día a día, sino por cómo se toman las cosas. Por las interpretaciones que hacen de la realidad. Vamos, que el optimismo puede estar bien visto socialmente en algunos círculos de opinión, pero en realidad es tan peligroso como el pesimismo.
Y algunos de Ustedes, los más capciosos quizá, se estarán preguntando:
-¿Y no se puede hacer trampa y funcionar como un idealista cuando la situación es propicia, y funcionar como un realista cuando la situación es adversa?
Vamos a ver: eso sería lo ideal, pero la ciencia se bandea en los términos de lo más probable. Y lo más probable es que si nos acostumbramos a exagerar las cosas, el automatismo va a estar ahí y nos va a traicionar en más de una ocasión. Olvídense de los experimentos con gaseosa. Ahora bien, si Ustedes quieren experimentar emociones positivas muy intensas, sin caer en la ingenuidad, y sin necesidad de drogarse (cosa que entenderé perfectamente) les puedo ofrecer una fórmula más vieja que la tos. El humor.
Si Ustedes pretenden desarrollar el sentido del humor, lo mejor que pueden hacer es someter a revisión a los maestros del género. Desde Aristófanes, pasando por Molière y llegando hasta Tom Sharpe. Y desde Chaplin, pasando por Billy Wilder y llegando hasta Woody Allen. Pero les sugiero que atiendan a una serie de consideraciones previas, antes de ponerse manos a la obra.
El mundo no es un valle de lágrimas, ni una cordillera de carcajadas. El mundo es redondo, y eso lo saben hasta los niños de hoy en día. Pero en la sociedad tradicional, como la gente no tenía por costumbre asistir a clases de Geografía, prosperó la absurda idea de que el mundo era un valle de lágrimas.
-Oye, que dicen que el mundo es un valle de lágrimas.
-Pues si lo dicen, verdad será.
Y habiendo desarrollado semejante cosmovisión, para compensar tantos disgustos, aquella sociedad no tuvo más remedio que sobrevalorar el sentido del humor. Así se entiende que el medicinal Freud lo utilizase como un mecanismo de defensa, y los intelectuales resentidos con el poder como un arma arrojadiza. Ataque y defensa, las conductas que sirven para salvar el pellejo. Y cuando los pensadores más destacados de una sociedad fueron capaces de hacer un uso instrumental del humor tan dramático, por necesario, nos da una idea aproximada de la ingrávida losa cultural que debieron soportar aquellas personas.
Pero nosotros pertenecemos a una sociedad moderna desarrollada, una sociedad que se rige por parámetros racionalistas y hedonistas, y de lógica será que hagamos un uso frívolo del humor. Y si establecemos una escala funcional del humor, comprobarán que las opciones posibles son cuatro: el negativo, el defensivo, el agresivo y el recreativo.
El humor negativo es la antítesis del humor. Para desarrollar el sentido trágico de la existencia también se requieren ciertas dosis de talento artístico. Y si creen que exagero, léanse “El arte de amargarse la vida” de Paul Watzlawick, director de la escuela de Palo Alto de California y padre de la Psicología Paradójica. Y como vivimos en una sociedad que a la gente no le gusta pasarlo mal, las Ciencias de la Salud combaten el sentido trágico de la vida mediante psicofármacos y psicoterapia. Este tipo de talento ha servido para crear grandes obras de arte, como por ejemplo, “Guerra y paz”, “Los hermanos Karamazov” o “Los miserables”; de hecho, Victor Hugo escribe “Los miserables” cuando empieza a salir de la depresión en la que cayó a raíz de la muerte de su hija. Pero por culpa de las ciencias de la salud, o gracias a ellas, no es probable que la literatura futura alumbre obras de arte de semejante tendencia emocional.
El humor defensivo consiste en reír por no llorar. Y quien domina este registro es Franck Mac Court, un profesor de literatura que al jubilarse gana el premio Pulitzer con una novela que narra en clave de humor su infancia desgraciada. La obra es “Las cenizas de Ángela”, que también fue llevada al cine, pero con muy mala fortuna pues perdió por el camino gran parte de su vitriólico sarcasmo. El inconveniente del humor defensivo es que si abusas de él, corres el riesgo de tomarte en serio las cosas que funcionan; aunque no es el caso de nuestro autor. De hecho, cuando le concedieron el Pulitzer, un periodista le preguntó:
– ¿Y no es una burla del destino que después de haber pasado tantas penalidades, la fama y el dinero le lleguen a la vejez?
A lo que Mac Court se apresuró a responder.
– No lo crea. Si el dinero y la fama me llegan a los cuarenta, el whisky y las mujeres hubiesen acabado conmigo.
El humor agresivo consiste en reírse de los demás. No deja títere con cabeza, y un buen ejemplo de este uso instrumental lo encontramos en “Merienda de negros” de Evelyn Waugh, una hilarante farsa que ridiculiza por igual a los salvajes de la jungla que a los salvajes de las ciudades modernas. El inconveniente del humor agresivo es que si abusas de él, corres el riesgo de tomarte en serio. Pero eso no les ocurre a los maestros del género, pues saben que el humor bien entendido empieza por uno mismo. En otras palabras: no dejen de leer “Pasando fatigas” de Mark Twain, de cuando le dio por hacerse buscador de oro; ni “Memorias de un amante sarnoso” de Groucho Marx; ni “Mi último suspiro” de Luis Buñuel. Y si quieren una curiosa muestra del reírse de uno mismo, no se pierdan “El antropólogo inocente” de Nigel Barley, que narra cuando el autor se fue a hacer un trabajo de campo durante un año a una tribu de cazadores-recolectores y no logró adaptarse, pero que al volver a Inglaterra tampoco lograba adaptarse. Y les cito la obra de Barley por los paralelismos que guarda con la referencia bibliográfica de Waugh; un mismo tema y dos vertientes humorísticas, la crítica y la autocrítica. Y hablando del humor agresivo, no quiero dejar de hacer un guiño de complicidad al semanario francés Charly Hebdo, por lo que todos sabemos.
El humor recreativo consiste en reírse de lo que sea con intención de disfrutar. Vamos, por amor al arte de la risa. En este sentido, no dejen de revisar la filmografía gamberra de los Monty Phyton, ni la filmografía de Sacha Baron Cohen. Y si prefieren algo más sofisticado lean la saga del antihéroe “Harry Flasman” de Georges MacDonald Fraser, un soldado de la época victoriana que a base de mentir, embaucar y traicionar alcanza el generalato. O la saga del investigador privado más surrealista de la historia, fruto del talento de Eduardo Mendoza; me refiero a “El laberinto de las aceitunas”, “El misterio de la cripta embrujada” y demás novelas de la serie, protagonizadas por un personaje tan peculiar que hasta carece de nombre propio.
Y retomando la idea inicial de someter a revisión a los maestros del género, si utilizan la escala que les he facilitado, comprobarán con qué facilidad cambian de registro y cómo dominan las distintas vertientes del humor. Y no intento comerles la moral, sólo pretendo hacerles ver que el sentido del humor, al margen de ciertas dosis de talento creativo, también requiere de toda una serie conocimientos técnicos que inicialmente parecen no existir y tienden a pasar desapercibidos. Pero no se desanimen porque nadie nace enseñado. Lo importante de todo esto es que tanto el sentido trágico de la vida, como el sentido del humor, son un producto del aprendizaje. O sea que, puestos a distorsionar la realidad, Ustedes verán lo que hacen.